TODO ES DE DIOS: MAYORDOMÍA CRISTIANA

Cristianas y cristianos en el siglo XXI debemos comprender con una perspectiva eclesial y diaconal el momento actual de supervivencia del mundo: el cambio climático nos llama urgentemente con noticias diarias sobre sus consecuencias. Es importante conocer las causas naturales y ante todo las originadas por la acción humana. Entonces una mirada total, holística sobre la mayordomía se hace crucial en nuestras comunidades: la responsabilidad ante Dios por el cuidado de la casa común. Comprender que el poseer la Tierra significa cultivarla y cuidarla, pues somos colaboradores de Dios en la manutención de la vida.

DENUNCIAR LOS PECADOS QUE AMENAZAN AL PLANETA

Es innegable que existe un modelo de desarrollo que amenaza el sustento y la vida de las personas y de toda la creación. En el ejemplo de Brasil, su Constitución habla de un derecho a un ambiente ecológicamente equilibrado. La noción de justicia ambiental implica entonces, equilibrio. Esto contrasta con las perspectivas cristianas que por desde una interpretación del Génesis ponen al ser humano por encima del resto de la creación, cuando esa mirada lleva a su destrucción. El equilibrio desaparece también al momento de identificar las consecuencias de la crisis climática: las consecuencias ambientales son sufridas particularmente por poblaciones empobrecidas, campesinas, indígenas, del sur global, mientras el norte es el principal emisor de gases de efecto invernadero. Entonces como iglesias, identificar esos desequilibrios y encontrarnos con las poblaciones víctimas de tales consecuencias, es necesario y primordial.

JUSTICIA DE LA FE Y ECOJUSTICIA

En la interpretación de los símbolos y discursos publicitarios de las empresas multinacionales identificamos la idea de actualizar(se) constantemente, proponiendo una lógica de lo ilimitado: esto no es otra cosa que la codicia del extractivismo y la producción sin fin. Esta forma de gobernar tiránicamente la Tierra que es finita, se ancla en una visión que aún desde voces valederamente críticas como la encíclica Laudato si’, siguen proponiendo una “fe” antropocéntrica que no logra evidenciar la clausura o encorvadura sobre sí mismo del ser humano en este círculo destructivo, una auténtica concupiscencia de la carne. A esto se opone una visión del límite liberador que propone el Evangelio, a través del adviento de Dios manifestado en el llamado de la Cruz, del gemido de la Tierra, del reclamo de quienes son vulnerabilizados día tras días por este sistema. Este llamado invoca la justicia divina: desde la gracia y para la vida, una auténtica ecojusticia para la casa común.

LA INTEGRIDAD DE NUESTRA FE CORRE PELIGRO

La Confesión de Accra de 2004 fue muy visionaria en varios aspectos: entre ellos la sostenibilidad. Cuando la pandemia golpeó fuerte en todos los rincones del globo, las consecuencias despertaron voces de alerta y la crisis avizoró formas de pensar el “gran reinicio” y la invitación de autoridades espirituales como el papa Francisco se sumó al concierto. Pero más allá de los señalamientos del Foro Económico Mundial de una 4ta revolución industrial de cara al planeta, vemos como estas propuestas solo buscan “limar los dientes del león, pero no quitarle su voracidad”. La Confesión de Accra nos propone un marco teológico pastoral para pensarnos como iglesias en acción global para la construcción de una nueva arquitectura económica mundial que imponga la justicia sobre la tierra, la casa de Dios.

TIENEN SIEMPRE A LOS POBRES ENTRE USTEDES

El versículo (Marcos 14:7) que llegó a ser utilizado como justificante de la existencia de pobreza por parte de algún político, nos habla del compromiso cotidiano con las y los más desfavorecidos y pensar teológicamente desde los que sufren: hay una espiritualidad que sustenta un modelo económico. En este mundo escandaloso que denuncia desde hace casi 20 años la Confesión de Accra, vimos durante la pandemia como creció la acumulación de grandes capitales financieros mientras se negaban servicios básicos a grandes sectores de la población mundial quienes eran “sacrificados”: muertes evitables. La misión de Dios exige comprender y denunciar los mecanismos intrínsecos del sistema financiero global que reproducen la miseria, para beneficio de unos pocos.

VITALIZACIÓN Y ECLESIALIDADES

  La vitalidad de la iglesia tiene que ver con la eficacia de sus facultades, que van mostrándonos su signo de vida. OSWALDO FERNANDEZ Profesor y director del Posgrado de la Facultad de Teología Reformada – Seminario Teológico Presbiteriano de la Iglesia Presbiteriana de Chile. Peruano. Doctor en Teología por Instituto Superior Evangélico de Estudios …

CAMINAMOS HACIA UNA IGLESIA ACOGEDORA Y SOLIDARIA

La experiencia de las primeras comunidades cristianas está signada por la migración, por razones económicas y políticas, y la persecución por causa del Evangelio. En estas comunidades identificamos su ética cristiana, su diaconía y su capacidad de soportar el sufrimiento. En la primera carta de Pedro encontramos un postulado para entender esta dimensión: el real sacerdocio que equipara a todas las naciones y las conforma pueblo de Dios. Ser iglesia que celebra y comparte la Cena del Señor recibiendo a las personas migrantes de nuestro tiempo es signo de la vitalidad a la que somos llamados. Identificar las particularidades de los contextos, en este ejemplo el chileno, incorporando como clave la noción de los pueblos originarios del Buen Vivir.