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LA IGLESIA TAMBIÉN ES MIGRANTE
Es necesario cuestionarnos como creyentes cuando vemos que nuestras iglesias son insensibles ante las situaciones de los migrantes. Desde la experiencia de El Salvador, un país de origen de personas migrantes que van hacia el norte del continente, se construyen estrategias comunes con gobierno y demás organizaciones sociales y humanitarias, para pensar de forma integral la migración y acompañar, particularmente, a quienes retornan al país, y buscando atacar las causas que motivan a que personas se vean forzadas a migrar. El sufrimiento y el dolor al que se exponen quienes inician estas travesías constituyen un clamor que nos recuerda la historia de persecución del pueblo de Israel y de seguidores de Jesús. Debemos motivar y sensibilizar grupos de trabajo en nuestras comunidades locales, para acoger y acompañar de puertas abiertas a quienes deben desplazarse de sus tierras. Somos iglesia migrante en camino a nuestro verdadero hogar, la promesa del Reino.
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SER GOEL Y RESCATAR A QUIEN MIGRA
Cada año cruzan por México 470.000 personas rumbo a Estados Unidos, provenientes de Centroamérica. México pasó de ser lugar de origen de la migración, a lugar de tránsito pero también, de destino, de deportados y de migrantes directos. Particularmente tras los endurecimientos en la frontera del Río Bravo los últimos años, también por causa de la pandemia. Hay personas que están 2 años migrando, en la ruta a la “tierra prometida” de América del Norte. Encontramos en el relato bíblico de Ruth 1:1-5, la historia de migración de Noemí y su familia, quienes deben escapar de su tierra a causa del hambre. Allí Ruth se compromete “hasta las últimas consecuencias” en la travesía y las consecuencias de quien debe migrar, siendo la redentora (Goel) trayendo esperanza y nueva vida. La experiencia de iglesias luteranas que crearon una red de apoyo para acompañar en México y Centroamérica a quienes migran.
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EL (NO) LUGAR DE LAS PERSONAS QUE MIGRAN
Las migraciones forzadas representan en la actualidad más de 80 millones de personas, el doble que hace 10 años. A esto debe sumarse que por la pandemia entre 2020-2021, 168 países cerraron sus fronteras. Esto demuestra cómo la pandemia sumió en una mayor vulnerabilidad a las personas migrantes, quienes además de la xenofobia y la acusación por robo de empleo, se suma la de portar el virus. Las personas refugiadas por otra parte, quienes son perseguidas en sus lugares de origen, también vieron limitados sus derechos durante la pandemia. Pero la población migrante sigue en aumento. Organismos ecuménicos como CAREF promueven la visión de la hospitalidad incondicional por parte de las iglesias, que deben ser puntos de refugio y acogida.
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