Es innegable que existe un modelo de desarrollo que amenaza el sustento y la vida de las personas y de toda la creación. En el ejemplo de Brasil, su Constitución habla de un derecho a un ambiente ecológicamente equilibrado. La noción de justicia ambiental implica entonces, equilibrio. Esto contrasta con las perspectivas cristianas que por desde una interpretación del Génesis ponen al ser humano por encima del resto de la creación, cuando esa mirada lleva a su destrucción. El equilibrio desaparece también al momento de identificar las consecuencias de la crisis climática: las consecuencias ambientales son sufridas particularmente por poblaciones empobrecidas, campesinas, indígenas, del sur global, mientras el norte es el principal emisor de gases de efecto invernadero. Entonces como iglesias, identificar esos desequilibrios y encontrarnos con las poblaciones víctimas de tales consecuencias, es necesario y primordial.