«No sean como los otros que no tienen esperanza», esto da sentido al acontecimiento de la resurrección. La Palabra de Dios no está de cuarentena, nos conforta y también nos orienta y desafía. Nuestras vidas, nuestra organización social debe estar basada en la compasión, en el cuidado y no en el lucro.
La realidad de nuestro mundo ha sido trastocada por la pandemia del nuevo coronavirus. La interconectividad del mundo globalizado se volvió un medio fácil para desparramarlo en pocos días por buena parte de las ciudades del mundo. Las cifras de contagio y muerte no paran de crecer y el achatamiento de la curva se espera con ansías. Por esto, el aislamiento forzado es una manera de querernos, de cuidarnos, de amor al prójimo: es importante seguir las orientaciones de la Organización Mundial de la Salud y autoridades sanitarias nacionales.
No debemos olvidar que para muchas personas este tiempo es particularmente doloroso, casi imposible de sobrellevar. Para no pocas niñas, niños y mujeres sus casas no son lugares de protección, sino de sufrimiento. Para otras tantas personas este parate económico aumenta sus pesares. En medio de estas realidades leemos en 1ra Tesalonicenses 4:13:
Para que no sean como los otros que no tienen esperanza.
Estas palabras explican y dan sentido al acontecimiento de la resurrección. Su certeza nos permite que en momentos de dolor y desconcierto no nos dispersemos -Marcos 14:27- sino que continuemos caminando ese tiempo de incertidumbre y muerte en la certeza que Él va delante de nosotras y nosotros.
Esto es Buena Nueva para nuestros pueblos sufridos. La Palabra de Dios
no está de cuarentena, nos conforta y también nos orienta y desafía.
Nos exige denunciar que el COVID-19, al igual que amenazas anteriores (gripe aviar, porcina, etc.) también son consecuencias de un modelo económico y de consumo que no respeta los límites y avanza sobre el resto de la creación de Dios. Nos invita a diseñar y pensar nuevas formas de producción y consumo y sobre todo de cuidado de la salud integral de la humanidad y el resto de la creación de Dios. Nos exige denunciar los bloqueos unilaterales de parte del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica a Cuba y Venezuela que no hacen más que aumentar el sufrimiento de los pueblos y hacerlos más vulnerables frente a la pandemia.
Llamamos a nuestras iglesias a la oración, intercediendo ante Dios para la sanación de nuestra tierra enferma, por el cuidado y la protección de médicos y profesionales de la salud, así como por quienes trabajan en servicios esenciales, garantizando el aislamiento social de la mayoría de la población. Oremos también por los millones de trabajadoras y trabajadores que han perdido sus empleos, para que obtengan los medios con cuales mantener a sus familias con dignidad. Llamamos a nuestras iglesias miembros a estar atentas y a seguir preparándose para acompañar en esta crisis, con una sensibilidad especial para los sectores más vulnerabilizados. Llamamos a los gobiernos a implementar políticas de cuidado de las personas en sus territorios, poniendo los recursos necesarios al servicio de la vida.
Llamamos a un momento nuevo, a gestar un mejor porvenir. La situación anterior a la pandemia no es un lugar seguro para volver. Volver sin haber aprendido nada de esta crisis, es condenarnos a tropezar otra vez con la misma piedra. Situaciones como estas son un síntoma más de una creación que clama por cuidado. Si no cambiamos en serio, estaremos sobreviviendo esta pandemia para simplemente prepararnos para la siguiente. No se trata de una vuelta superficial a Dios, como denuncia Oseas 6:1-6, sino de una verdadera transformación hacia su Palabra de vida eterna. Nuestras vidas, nuestra organización social debe estar basada en la compasión, en el cuidado y no en el lucro.
Lo que yo quiero es misericordia,
y no sacrificio; ¡conocimiento de Dios, más que holocaustos!
Oseas 6:6 RVC